Vergüenza Ajena
- alislibreria
- 16 dic 2016
- 4 Min. de lectura

Hay una serie de personajillos que viven de lo que les pagamos los ciudadanos de un país, sí esos que se llaman políticos, que deberían mantener la boca cerrada y trabajar más por el bien común (de eso va su trabajo) y menos dar lecciones de comportamiento a los demás.
La señora Aguirre, sí nuestra entrañable Espe, ha comentado que los humildes sueldos de la clase política no dan para mucho excusando a la vicepresidenta del gobierno que paro su COCHE OFICIAL en el carril bus de la Gran Vía de Madrid para comprar en una tienda Primark, tipo de tiendas a las que puede acceder con su sueldo. Pues bien, si a esta señora y a la señora vicepresidenta y a todos los demás políticos de esta mierda de país no le llega el sueldo, por favor ¿me quieren explicar cómo nos va a llegar a los pobres currantes?, a ver si ahora es que ganamos más que ellos y no nos hemos dado cuenta. Este tipo de afirmaciones que rayan el insulto a la gran mayoría de españoles te hace desear que aquel helicóptero no cayera desde más arriba.
Y luego para rematar la faena entra su amiguita Villalobos, otra que vive del cuento, va a la televisión para comentar que las largas jornadas de trabajo y la escasa productividad de las empresas españolas es culpa de los trabajadores que se pasan la jornada laboral hablando de futbol, moda, motos y demás en vez de trabajar. Esta señora, por llamarla de alguna forma, lleva demasiado tiempo en el Congreso y se cree, al igual que el señor Zapatero, que todo lo que sucede allí es extrapolable a la vida real, o no la pillaron a ésta jugando al Candy Crash en su asiento de diputada.
Yo la invito a trabajar en cualquier sitio (el Congreso no vale) y ver las condiciones en que trabaja la gente, amenazados con el despido día si y día también, haciendo virguerías para sacar un trabajo adelante que sus “jefes” no sabrían ni por donde empezar, doblando o triplicando turnos, en condiciones penosas muchas veces por tener que hacer el trabajo que, en condiciones normales, harían tres personas. Por supuesto que hay afortunados que consiguen pasar su jornada de trabajo sin hacer nada y encima cobrando un pastón por ello, pero de esos, fuera de la política o cierta parte del funcionariado escasean bastante.
Y para acabar con políticos hijos de perra tenemos al número uno, Ernest Benach, de Esquerra Republicana y anti-español; este “angelito” de 51 años se jubila a cargo del estado español (es decir de todos nosotros) con una pensión de 104.008 euros brutos al año hasta los 65 años (no 67 como todos los demás) y luego otra vitalicia de 78.006 euros brutos al año. Seguro que este es otro que no va a llegar a fin de mes y que va a luchar, ahora que tiene más tiempo libre, con más ahínco por la independencia de Cataluña; eso si su pensión que se no se la toquen, que para eso SI es español.
Menos mal que entre toda la maraña de noticias de este pelaje en que se convierte el periódico cada día, había una noticia que no puede pasar desapercibida y que realmente me ha llegado muy profundo. Un niño de cinco años enfermo terminal pidió como único deseo para Navidad conocer a Papa Noel. Sus padres supongo que moverían lo que fuera para cumplir el deseo de su hijo y consiguieron que, hace unas semanas, Papa Noel, antes de meterse en el jaleo de la Navidad, fuera a visitarle. Hasta aquí a mi entender no hay nada fuera de lo normal, pero lo que me ha emocionado ha sido leer que, tras charlar con él un rato, cuando Papa Noel y el niño se abrazaron, este murió en sus brazos y, no lo pone la noticia pero lo supongo, con una enorme sonrisa iluminando su cara.
Dice un refrán popular, “no es más rico el que más tiene sino el que menos necesita” y aunque nos vendan que necesitamos más y más cosas o dinero, la mayor parte de las veces, sin darnos cuenta lo que realmente nos importa, lo que realmente nos hace felices, cuesta muy poco e incluso a veces nada.
En esta sociedad en que tanto tienes tanto vales nos vemos absorbidos por una vorágine de afán consumista y derrochador con el único fin de demostrar la mayor parte de las veces que somos mejores que los demás, las cosas más sencillas, un gesto, una canción, una palabra, son las más grandes y la felicidad se esconde en las pequeñas cosas del día a día. Y se agradece que aparezcan noticias como estas detrás de las del político de turno porque es de esas que, pese a que se trata de la muerte de un niño, te pone la emoción en el cuerpo y te hace sentir un poquito más humano y menos máquina. Al menos a mi.
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