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Un beso muy caro

  • alislibreria
  • 11 may 2016
  • 3 Min. de lectura


Ayer vi el en la televisión un noticia de esas que, si eres padre o madre, te remueve hasta lo más profundo de tu ser, o al menos así debiera ser. Se trata de una pareja a la que la Generalitat de Cataluña le retiró la custodia de su hijo de treinta días alegando malos tratos, quiero suponer que por que medió alguna denuncia de algún funcionario con exceso de celo en su trabajo. Posteriormente, y de oficio, les quitaron la custodia de otro hijo que nació después por el mismo motivo, aunque esta vez no hubo denuncia. En este embrollo todos los informes médicos y forenses hacían referencia la inexistencia de dichos malos tratos, aduciendo que las lesiones provenían de un parto muy complicado.


Dos años después la Generalitat de Cataluña ha sido condenada a, por supuesto, devolver la custodia de ambos niños a sus padres, y a pagar una indemnización de 300.000 euros. Pues bien, ya está, aquí no ha pasado nada, con dinerito se arregla todo. Además la Administración ya ha dicho que no va a recurrir y que pagará religiosamente, que buena gente.


Lo cierto es que esos padres se han perdido los primeros dos años de su hijo mayor y los primeros meses del segundo; los niños se han perdido el contacto con sus padres y esa relación especial que se crea en los primeros años y que dura toda la vida. Ahora unos son unos desconocidos para los otros y los otros para los unos. Y todo eso vale 300.000 euros.


Yo soy el primero que me quejo de que muchos funcionarios de la Administración Pública no hacen nada, o lo poco que hacen lo hacen mal y tarde; y que por ende, deberían estar en su casa y dejar su sitio a personal más competente. Otras veces su afán de protagonismo les puede llevar a situaciones como esta, donde ignorando los dictámenes de profesionales cualificados, toman decisiones realmente como autómatas sin tener en cuenta las consecuencias emocionales y psicológicas para las personas (porque son personas) a las que afecta esa decisión.


Ahora yo me pongo en el lugar de los padres a los que han quitado a sus hijos alegando injustamente malos tratos y, sinceramente, no sé lo que haría pero creo que no sería tan paciente y comedido. Digamos que durante dos meses yo estuve en esta situación, mi hijo nació demasiado pronto y estuvo dos meses en una incubadora; y solo lo podía ver media hora al día y era muy duro no poder verle, abrazarle, besarle. Pero yo sabía que si todo iba bien al final me lo entregarían. Estos padres peleaban por sus hijos, con la razón y la justicia como banderas, pero contra un gigante al que no sabían si al final lograrían vencer.


Menos mal, que al final, después de ir tribunal tras tribunal, al llegar al más alto de Cataluña, por fin un juez ha puesto un poco de cordura y les ha dado la razón. Ahora tienen que recuperar todos esos besos y abrazos que durante dos años les han negado la incompetencia y la ceguera, y espero que, el tiempo que todo lo cura, puedan olvidar que una vez estuvieron separados por culpa de una sociedad demasiado mecanizada donde las personas han perdido casi todo su protagonismo.

Porque no hay nada peor para unos padres que estar sin sus hijos y nada peor para unos hijos que estar sin sus padres. Aunque te den 300.000 euros.

 
 
 

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